miércoles, 16 de mayo de 2012

EDUCACIÓN SEXUAL O EDUCACIÓN EN EL AMOR





Explorando en Internet he descubierto que existen auténticos ‘tratados’ sobre el ‘lenguaje corporal’. Es lógico; tenemos un cuerpo y nos manifestamos a través de él. Es cierto que existen algunas diferencias culturales, pero en cualquier parte del mundo nos podemos hacer entender por gestos. Si voy a la India y alguien con las palmas de las manos unidas hace una leve inclinación con la cabeza, es posible que yo no sepa exactamente lo que quiere decirme, pero entenderé perfectamente que se trata de un gesto amistoso, de saludo o agradecimiento, y no me sentiré agredida por él.

El hombre es cuerpo y alma. Algunos, me dirán que no, que es cuerpo y espíritu. Otros, más pragmáticos aún, dirán que es cuerpo y mente. Estupendo. Ya nos hemos puesto de acuerdo en algo. Todos tenemos un cuerpo. Y éste nos marca en todo aquello que sentimos, hacemos o vivimos.

A veces se nos ha dicho que la gente muy espiritual reniega del cuerpo. Grave error. Si Dios hubiera querido hacernos sin cuerpo, nos hubiera creado como a espíritus puros, y no tendríamos necesidad de puertas para atravesar los muros; pero no, tenemos un cuerpo y bien sólido. Y nos manifestamos a través de él. Pensad por un momento en la cantidad de gestos de afecto o ternura que realizamos con nuestro cuerpo: nos abrazamos, besamos, tocamos, sonreímos, guiñamos un ojo…

Nuestro cuerpo es importante, y puesto que el ser humano es una unidad espiritual y corporal, nuestros sentimientos y afectos tienen un carácter que también abarca esas dos facetas: la del espíritu y la del cuerpo. Cuando tenemos hijos pequeños los educamos, en primer lugar, para el amor, para que entiendan que son amados y que ellos también pueden y deben amar. Cuando esa educación va más allá y es específica para el matrimonio, la cuestión se vuelve más interesante aún, ya que el amor entre personas de distinto sexo enfocado al matrimonio pone en juego el cuerpo, el instinto sexual y una serie de cuestiones que confieren al amor matrimonial unas características muy concretas.

¿Es necesario dar a los niños una educación sexual? Por supuesto. Sin embargo, es importante comprender que la educación sexual implica mucho más que proporcionar información sobre el sexo, explicar cómo vienen los niños al mundo, hablar de las enfermedades de transmisión sexual, montar un ‘taller de caricias’ o decirle a un adolescente: “¡usa preservativo!”.

Es preciso mostrar a los jóvenes que, ante todo, deben realizarse como personas. El amor matrimonial, que es un amor sexual, abarca el cuerpo, pero también comprende afectos profundamente espirituales y es, por ello, especialmente intenso. No puede quedar en un simple sentimiento, sino que debe ser también una virtud. Muchos niegan la posibilidad de que el amor matrimonial pueda ser educado, porque consideran que el amor es un sentimiento, un deseo de felicidad o placer, que no se puede controlar. Para estas personas, cuando el sentimiento desaparece o se atenúa, el amor se acaba y es necesario buscar nuevos afectos y nuevas sensaciones. Si lo pensamos bien, veremos que esta es una visión muy utilitarista de la persona.

Desgraciadamente, hoy por hoy, el cine y la televisión son los mayores ‘educadores sexuales de nuestros hijos’, que ven cómo en las películas y en las series ‘el amor’ o lo que pretende ser amor nace con la relación sexual. Rara vez se plantea lo contrario: la relación sexual como culminación en el matrimonio de un amor que ha ido madurando.

Nuestros hijos son contínuamente contaminados por las ideologías que pretenden educar la sexualidad enseñando lo que es la mecánica del sexo, y soslayando el hecho de que el amor sexual es un amor personal, que comprende instinto, emociones, sentimientos, pero también renuncias, compromiso, donación, entrega de uno mismo y aceptación del otro, al que convertiremos en el centro, en lo principal. Porque la educación sexual puede apoyarse en la fisiología, la biología o cualquier otra ciencia, pero es, fundamentalmente, una educación al amor.

La donación de sí mismo que realiza cada uno de los cónyuges en el matrimonio se caracteriza por ser incondicional (en la salud y en la enfermedad), exclusiva (de ahí la promesa de fidelidad),permanente (el matrimonio es indisoluble) y fecunda (en cuanto a que el matrimonio debe estar abierto a la vida). Nadie que piense en casarse ‘para toda la vida’ puede obviar los problemas que sin duda surgen debido a lo volubles que son nuestros sentimientos en determinados momentos de cansancio o tensión. Pero ahí precisamente es cuando resurge el verdadero amor, que no se siente vacío porque el sentimiento no acompaña, sino que se entrega con más ahínco a la otra persona sin buscar nuevas emociones en otro lado.

Decía Juan Pablo II, que la preparación para el matrimonio es, esencialmente, una cuestión de virtudes. No consiste sólo en repetir a los jóvenes que el matrimonio es indisoluble, o que la contracepción impone una visión utilitarista de la persona humana. Se trata también de enseñar a amar cuando el sentimiento es intenso o cuando no lo es, de mostrar que hay que dejar de lado todo egoísmo para que la donación sea total, de hablar de virtudes como la fidelidad y la entrega y, sobre todo, de confiar en la gracia, ya que no debemos olvidar que el matrimonio se funda sobre un sacramento.

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